El modisto debe ser arquitecto para saber cortar, escultor para dar forma, pintor para escoger los colores, músico para encontrar las armonías y filósofo para crear estilo.
La maestría de Cristóbal Balenciaga (1895-1972, España), quien en cada colección presentaba un modelo cortado y cosido por él, se reconoce en los detalles; sus prendas están elaboradas de manera tal que no pierden la forma durante el movimiento.
San Sebastián, Madrid y Barcelona, pero será París, dónde se traslada en 1936, la ciudad testigo de su triunfo.
Allí abre su tienda en el número 10 de la avenida George V la cual cierra, desanimado por el rumbo que estaba tomando la Alta Costura con la irrupción del prét-â-porter, en 1968.
Talento, modernidad, innovación y atemporalidad, sus patrones y la armonía de sus proporciones se asemejan a la arquitectura.
La austera elegancia y la pureza de sus formas contrastan con el barroquismo de sus bordados y la suntuosidad de sus sedas, lentejuelas y cristales.
Tiene un profundo conocimiento de la historia del arte, lo cual se aprecia en la influencia de la pintura de Goya, Velázquez o Zurbarán en sus sobrios colores.
El corte de manga con sisa cuadrado, el talle imperio, las mangas japonesas, las asimetrías, los boleros, la eliminación de cuellos, los volúmenes globo, vestidos camiseros y vestidos túnica son algunas de las aportaciones de Balenciaga a la indumentaria que persisten hasta hoy en día.
En el Instituto Español de Nueva York puede verse hasta el 19 de febrero de 2011 la exposición «Balenciaga: maestro español».
En total 70 piezas entre diseños, accesorios y vestidos del que fuera definido por Dior como el maestro de todos nosotros.